Las sombras
de los árboles hacen que el sendero se vea casi tenebroso. Antes esto me daba
miedo, no me gustaba estar por aquí sola y es que nunca sabes cuando pueda venir un loco o un drogado
que te quiera atacar. Pero después de un tiempo y de prometerme a mí misma que
esos temores bobos, heredados de mamá no tienen sentido, me propuse que no me
haría mi propia leyenda urbana, es decir, ¿qué puede pasar en este vecindario
amurallado y con garita de seguridad incluido?, pues obviamente nada en
absoluto.
Sigo por el sendero,
pero escucho unos ruidos más adelante, como una especie de gruñido. “Esto no me
gusta para nada”, me digo. Trato de alejarme un poco, pero escucho el ruido de
ramitas rompiéndose a mi espalda y el gruñido se hace mayor, por lo que acelero
el paso.
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